El Comienzo de la Creación

Del Palacio de Adám Kadmón (Etz Jaím 1:2:4–12)

Para comprender el origen de la creación según la sabiduría de la Kabalá, es necesario entender dos maneras fundamentales en las que se manifiestan las sefirot, las diez cualidades divinas que estructuran todo lo que existe. Estas dos formas no son contradictorias, sino complementarias: por un lado, las sefirot se organizan como círculos concéntricos, y por otro, como líneas rectas que forman la silueta de un ser humano. Ambas son verdaderas y nos ofrecen dos perspectivas distintas sobre cómo fluye la energía divina.

En primer lugar, antes de que existiera cualquier creación, cualquier ser o cualquier mundo, no había lugar vacío, ni aire, ni espacio. Todo lo que existía era una única luz infinita, simple y sin límites. Esta luz era completamente uniforme, sin principio ni fin, sin arriba ni abajo, sin diferenciación alguna. Esta luz se llama Or Ein Sof, la luz del Infinito, y no hay nada que se le compare. Era absoluta, sin divisiones, sin bordes, sin tiempo. Solo ella llenaba toda la realidad.

Sin embargo, en un momento insondable y más allá de todo tiempo, surgió en la voluntad de esta luz infinita el deseo de crear mundos. Esta decisión no fue por necesidad, sino para revelar la perfección de sus acciones, de sus nombres y de sus cualidades. Ese deseo de revelar lo oculto es lo que impulsó el proceso de creación.

Entonces ocurrió algo extraordinario: la luz infinita se contrajo. Esta contracción no fue física, sino espiritual, una forma de auto-ocultamiento. La luz del Infinito se retiró hacia los bordes de sí misma, dejando en el centro un espacio vacío. Esta acción se llama Tzimtzum, y es el punto de partida para todo lo que vino después.

Este vacío no tiene forma cuadrada ni angular; es perfectamente circular. ¿Por qué circular? Porque la luz infinita es completamente equilibrada y uniforme. Al retirarse, debía hacerlo de forma simétrica, sin privilegiar ningún lado sobre otro. El círculo es la figura geométrica más equilibrada, sin ángulos ni desigualdades, y por eso fue la forma del espacio vacío que quedó en el centro del Infinito tras el Tzimtzum.

Además, esa forma circular tenía una razón práctica: los mundos que luego serían emanados dentro de ese vacío también tendrían forma circular. Al ser círculos, todos sus puntos estarían equidistantes del Ein Sof, lo que les permitiría recibir su luz de manera igual desde todos los lados. Si hubieran sido cuadrados o triangulares, habría partes más cercanas al Infinito que otras, lo cual habría generado una recepción desigual de la luz divina.

Esta contracción no solo permitió la posibilidad de crear, sino que también introdujo en la realidad la raíz de lo que más adelante sería llamado juicio o din. Es decir, el acto de restringir la luz también fue la semilla de la capacidad de medir, limitar y formar. Esta raíz de severidad es llamada en la tradición kabalística Botsina Dekardinutá, “la lámpara de oscuridad”, que es como un hilo sutil de sombra dentro del gran océano de luz.

Después de que la luz infinita se contrajo y quedó ese espacio circular vacío, ocurrió el segundo gran acontecimiento de la Creación: desde el propio Ein Sof, una línea recta de luz descendió desde lo alto y se introdujo en ese espacio vacío. Esta línea es llamada kav, y es como un conducto fino a través del cual la luz del Infinito comienza a entrar en el vacío, no de golpe, sino medida y ordenadamente.

La parte superior de esta línea sigue conectada al Ein Sof, pero su extremo inferior ya no lo toca. Es un puente entre lo Infinito y lo finito. A través de este hilo de luz, el Ein Sof comenzó a emanar, crear, formar y hacer todos los mundos que habitarían ese espacio.

Esta línea, aunque delgada y aparentemente simple, es el canal por el cual toda la existencia recibe su energía. Gracias a ella, los mundos pueden existir sin ser consumidos por la intensidad del Infinito. Es una mediación, una forma de filtrar y adaptar la luz divina para que lo creado pueda recibirla sin desaparecer.

Así, los mundos surgen en ese espacio, ordenadamente, en niveles, rodeados por el Ein Sof que permanece más allá, y conectados a Él mediante esta línea de luz que actúa como una vía de comunicación y sustento constante.

Te invitamos a que sigas explorando este extraordinario conocimiento y que permitas que el Etz Jaím te guíe hacia una comprensión más profunda de ti mismo y del universo. Lo que hemos visto hasta ahora es solo una puerta entreabierta; al adquirir el libro completo, tendrás acceso al mapa completo que nos brinda el Arizal, revelando los secretos más ocultos de la creación.

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