La historia de Kayín y Hével ha sido tradicionalmente comprendida en términos de oposición moral: uno justo, el otro malvado. Sin embargo, la enseñanza cabalística revela una dimensión mucho más profunda. Lejos de ser simplemente un antagonista, Kayín representa una raíz espiritual con un potencial único y una grandeza interior que trasciende la lectura literal del relato bíblico. Según la Kabalá, particularmente en la obra Shaar HaGuilgulim, Kayín posee una elevación que lo hace merecedor de tres coronas espirituales: la primogenitura, la Torá y el sacerdocio.
La primogenitura: la superioridad ontológica del primero
Kayín es el primogénito de Adám, y su alma fue la primera en ser formada tras la creación. En la lógica espiritual, esto no es un dato menor: el primogénito posee una calidad de raíz, una profundidad que establece la pauta para los que vienen después. Incluso cuando se menciona que Adám pecó, ello no contradice su origen divino, pues Adám fue moldeado directamente por las “manos” del Creador. Así, Kayín, como primer hijo, también hereda esa estatura. Su caída no se debe a una esencia corrupta, sino a la complejidad de su composición espiritual.
Kayín, al ser primogénito, porta una porción más elevada y por lo tanto también más difícil de manejar. Su alma contiene tanto luz como oscuridad en niveles muy intensos, y esa mezcla lo hace proclive a tropezar. Pero precisamente por eso, tiene también mayor potencial de ascenso.
La Torá: el acceso a los niveles ocultos de sabiduría
Otra de las coronas que corresponden a Kayín es la de la Torá. No se trata simplemente de conocimiento legal o narrativo, sino del acceso a los niveles más profundos y ocultos de la sabiduría divina.
La Torá no es una revelación uniforme: algunos aspectos están más disponibles y otros permanecen velados. Las almas de la raíz de Hével, como la de Moshé, están conectadas con los niveles visibles, ordenados y estructurados de la Torá. Por eso Moshé entrega la Torá en el Sinaí y establece la ley.
Sin embargo, las almas que provienen de Kayín tienen acceso a las “coronas” ocultas de la Torá —los aspectos secretos que se esconden detrás de cada letra, hasta los “ta’amim” (acentos y melodías), que representan un nivel aún más elevado de sabiduría. Por eso se dice que Rabí Akiva, quien proviene de la raíz de Kayín, fue capaz de revelar montones de leyes de cada corona de las letras. Moshé mismo quedó asombrado al contemplar esta capacidad.
Este acceso no es gratuito ni simple: proviene de una raíz espiritual poderosa, conectada con las Gevurot (fuerzas o rigores) más elevadas del mundo de Atik Yomin, una de las configuraciones supremas en el Árbol de la Vida. La luz de estas Gevurot fluye con intensidad, y por eso las almas de Kayín pueden elevarse desde grado en grado, penetrando en los secretos más recónditos de la realidad.
El sacerdocio: la restauración del rol original
La tercera corona de Kayín es el sacerdocio, pero no en el sentido actual y conocido de los Kohanim, sino como una herencia espiritual que será restaurada en el tiempo futuro. En la actualidad, los descendientes espirituales de Hével ocupan el sacerdocio, mientras que los de Kayín han sido relegados. Sin embargo, en el Tiempo Venidero esta jerarquía será invertida.
La razón de este cambio es que Kayín proviene de Gevurá, que en la simbología cabalística es femenina y receptora, y que por eso es asociada con el concepto de “corona” que adorna al varón. Como indica el versículo: “Una mujer valiente es corona de su marido”. Kayín, al encarnar esta potencia espiritual, posee el derecho original al sacerdocio, el cual será restaurado en la era mesiánica.
Es por esto que el profeta Iejezkel —quien, según la tradición, también proviene de la raíz espiritual de Kayín— se refiere proféticamente a los “sacerdotes levitas hijos de Tzadok”, una terminología única. En sus visiones, quienes hoy son Levitas pasarán a ser sacerdotes, y viceversa. La rotación de funciones simboliza una corrección cósmica, en la cual las raíces espirituales recobran su lugar original.
Luz velada y luz revelada
Un principio esencial de la Kabalá sostiene que no toda luz espiritual es revelada en igual medida. Las almas pueden emanar de lugares en los mundos superiores donde la luz está más o menos oculta. Las almas de Kayín provienen de zonas donde la luz de la Ima Ilaá (la Madre Superior) brilla con mayor intensidad y está menos velada, lo que les permite desplegar una luminosidad más abierta y activa. Por el contrario, las almas de Hével, aunque pueden provenir de alturas espirituales mayores, están cubiertas por múltiples “vestiduras”, lo que disminuye su capacidad de revelación directa.
Este es el misterio del dicho talmúdico: “Vi un mundo al revés”, donde los que parecen estar arriba están abajo, y viceversa. A veces, quienes vienen de raíces ocultas parecen pequeños ante los ojos del mundo, pero en verdad portan un potencial que supera incluso al de las almas más exaltadas.
Las tres coronas —primogenitura, Torá y sacerdocio— no le fueron otorgadas a Kaín por mérito, sino por raíz. Su desafío consiste en canalizar correctamente su fuerza interior, purificando el lado oscuro que se aferró a él desde su origen. Su papel en la historia no ha terminado: en el Tiempo Venidero, su raíz ocupará nuevamente el lugar que le corresponde, iluminando al mundo con una sabiduría profunda, una guía sacerdotal restaurada y una luz que emerge desde las zonas más ocultas de la Divinidad.
Shaar HaGuilgulim, int roducción 35, versos 8-11, según la traducción al español de Ediciones Reé, tomo 2, páginas 143-147.
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