Los aspectos de las Sefirot

Los dos rostros de las sefirot: círculos y líneas en la estructura del universo según la Kabalá

Uno de los pilares fundamentales de la Kabalá es la comprensión de cómo la Divinidad se manifiesta y se estructura en los mundos espirituales. Esta manifestación ocurre a través de las sefirot, los canales o atributos mediante los cuales el Infinito, el Ein Sof, se revela y se relaciona con la creación. En el tratado Etz Jaím, escrito por R. Jaim Vital según las enseñanzas del Arizal, se nos ofrece una explicación profunda y detallada sobre dos formas principales en que estas sefirot se organizan: en forma de círculos y en forma de líneas. Ambas representan perspectivas complementarias que nos permiten entender la interacción entre lo divino y lo creado, y cómo se ordenan jerárquicamente los mundos.

Las sefirot como círculos: la perspectiva envolvente

En primer lugar, las sefirot pueden concebirse como círculos concéntricos, uno dentro del otro, como las capas de una cebolla. Esta imagen representa la forma más inclusiva y envolvente del flujo divino. En este modelo, cada círculo representa una sefirá, y su ubicación más externa o más interna indica su nivel de proximidad al Ein Sof. Es decir, cuanto más externo es el círculo, más cercano está a la luz infinita, y cuanto más interno, más alejado está de ella.

Por ejemplo, el círculo más exterior representa Kéter, la corona, que es la primera emanación y la más próxima al Infinito. Luego viene Jojmá, que se encuentra justo dentro de Kéter, y así sucesivamente hasta llegar al centro de todos los círculos, donde se encuentra el mundo físico, el más material y el más alejado del Ein Sof. Esta disposición permite entender por qué nuestro mundo, aunque esté en el centro, es el más bajo espiritualmente: porque está en el punto más distante de la luz originaria.

Esta estructura circular también explica cómo puede haber “arriba” y “abajo” en términos espirituales. En un sentido relativo, lo más cercano al origen de la emanación (al Ein Sof) es “arriba”, y lo más alejado es “abajo”, aunque espacialmente todos los círculos se contienen unos a otros. Esta imagen resulta útil para visualizar la jerarquía espiritual de los mundos: el mundo de Atzilut (Emanación) rodea y contiene a Beriyá (Creación), que a su vez rodea a Yetzirá (Formación), y así hasta llegar a Asiyá (Acción), nuestro mundo.

En este modelo, cada mundo es como una “corteza” que rodea un “cerebro”, donde el cerebro simboliza el contenido esencial y la corteza lo que lo envuelve. Sin embargo, esta percepción puede confundirse dependiendo del punto de vista. Desde la perspectiva terrenal, lo que está más cerca parece ser el centro, el cerebro, y lo externo es la cáscara. Pero desde la visión espiritual, lo más cercano al Infinito es lo externo, mientras que lo interno es lo más alejado, y por tanto, es la corteza. Esta inversión de perspectivas es uno de los grandes secretos que el Kabalista debe aprender a manejar.

Las sefirot como líneas: la figura del hombre divino

El segundo modelo es el de las sefirot dispuestas en forma de líneas rectas, conocidas también como el “Tzélem Elohim”, la imagen divina. Aquí las sefirot se presentan en la figura de un ser humano erguido, compuesto por tres líneas principales: derecha, izquierda y centro. Este modelo, a diferencia del anterior, tiene una estructura vertical clara que permite hablar de arriba y abajo de forma literal y no solo relativa.

Las tres líneas representan aspectos fundamentales del equilibrio cósmico:

  • La línea derecha simboliza la bondad, la expansión y la energía masculina (Jésed, Netzaj, etc.).
  • La línea izquierda simboliza el juicio, la restricción y la energía femenina (Gevurá, Hod, etc.).
  • La línea central actúa como un eje de equilibrio entre ambas, conteniendo atributos como Tiféret, Yesod y Maljut.

Este modelo lineal permite una mayor comprensión de la estructura jerárquica del universo espiritual, donde se identifican claramente la “cabeza” (las sefirot superiores como Kéter, Jojmá y Biná), el “cuerpo” (las sefirot centrales como Tiféret, Yesod), y los “pies” (las sefirot más bajas como Maljut).

Cada una de las sefirot en este esquema se subdivide en diez, y estas a su vez también en diez, creando un sistema fractal prácticamente infinito, lo que sugiere que la estructura del hombre cósmico está presente en todos los niveles de la realidad. Esta figura de líneas se extiende desde lo alto, desde el mismo Ein Sof, descendiendo a través de todos los mundos hasta alcanzar el punto más bajo de la existencia.

Este modelo del “hombre divino” tiene profundas implicaciones teológicas y espirituales. No solo refleja la estructura del universo, sino que también proyecta el ideal del ser humano como reflejo de lo divino. El hombre fue creado “a imagen de Elohim”, lo cual indica que también nosotros estamos compuestos espiritualmente de líneas rectas y de sefirot, y que nuestro trabajo es alinear esas fuerzas interiores con su origen superior.

La aparente contradicción entre ambos modelos

En apariencia, estos dos modelos –círculos y líneas– podrían parecer contradictorios. En uno, el centro es lo más bajo; en el otro, la parte más elevada es la cabeza, que está dentro del cuerpo. Sin embargo, ambos modelos son necesarios y verdaderos desde distintas perspectivas.

El modelo de los círculos representa la igualdad y la inclusión: cada punto en el círculo tiene la misma distancia del centro, y todo está contenido en una unidad. Representa un estado más primordial, más cercano al misterio del Ein Sof, donde todo está integrado y no hay diferenciación estricta. Este es el modelo más abstracto y universal.

En cambio, el modelo lineal representa la diferenciación, el desarrollo, la jerarquía y la multiplicidad. Es el modelo del detalle, del orden dentro de la diversidad. A partir de este modelo se pueden derivar muchas estructuras jerárquicas del cosmos, incluyendo los diferentes niveles de ángeles, mundos, y almas.

Ambos modelos se necesitan el uno al otro. El círculo representa el potencial oculto, la totalidad sin forma. La línea representa el desarrollo, la expresión de ese potencial en el mundo. Como enseña el Zóhar, los mundos están dispuestos uno dentro de otro como capas, pero también se extienden uno sobre otro como los niveles del cuerpo humano.

Conclusión: la integración de los opuestos

En la enseñanza cabalística, la verdad no es unívoca ni lineal, sino que abarca múltiples dimensiones al mismo tiempo. Así como el mundo fue creado con “una línea” que descendió desde el Infinito hacia el vacío central, también fue estructurado como una serie de círculos concéntricos que envuelven y contienen. Uno representa el proceso, la evolución, el orden; el otro, la unidad, la envoltura y el misterio.

Comprender ambos aspectos permite al estudiante de Kabalá tener una visión más completa de cómo la luz divina opera en los mundos. Esta doble visión —círculo y línea, potencial y realización— no solo describe la estructura del universo, sino también la del alma humana, llamada a elevarse desde su punto más bajo hasta unirse con su raíz más elevada.

Esta enseñanza está basada en el Etz Jaím, de R. Jaim Vital, Portón 1: Adám Kadmón, Rama 2, versos 20-26 (Ediciones Reé, págs. 260-266), uno de los textos más fundamentales de la Kabalá luriana.

Te invitamos a que sigas explorando este extraordinario conocimiento y que permitas que el Etz Jaím te guíe hacia una comprensión más profunda de ti mismo y del universo. Lo que hemos visto hasta ahora es solo una puerta entreabierta; al adquirir el libro completo, tendrás acceso al mapa completo que nos brinda el Arizal, revelando los secretos más ocultos de la creación.

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