Raíces de Rabí Yojanan ben Zakáy

En el universo de la Kabalá, las almas no son simplemente entidades individuales, sino complejas estructuras espirituales con raíces antiguas que trascienden el tiempo y el espacio. Una de las enseñanzas más asombrosas del Shaar HaGilgulim es la que trata sobre el origen y la evolución espiritual de dos sabios fundamentales en la historia del judaísmo: Rabí Yojanán ben Zakáy y Rabí Akiva.

Aunque ambos fueron pilares del pensamiento y la transmisión de la Torá, no comenzaron sus vidas como figuras santas. Durante sus primeros 40 años, fueron considerados personas comunes, sin una vida particularmente destacada en la santidad o en la erudición. ¿Cómo es posible que estos gigantes espirituales hayan tenido un comienzo tan aparentemente “ordinario”? La respuesta, desde la óptica del Arizal, está en las raíces de sus almas.

El alma como herencia espiritual: las gotas de Yoséf

Según la tradición kabalística, el alma humana puede tener múltiples capas y orígenes. En el caso de estos dos sabios, sus almas se originaron en una parte muy específica: una de las “diez gotas de semilla” espirituales que emanaron del patriarca Yoséf. Estas gotas no se refieren literalmente a fluido físico, sino a emanaciones de energía espiritual que salieron de él en un momento de lucha interior. Específicamente, estas almas provienen de una emanación que no llegó a su destino debido a una distracción de Yoséf con la esposa de su amo egipcio.

Por esa razón, las almas de Rabí Yojanán y Rabí Akiva quedaron inicialmente cubiertas por Klipot —capas de oscuridad espiritual— que ocultaban su verdadero potencial. Esta es la razón por la cual vivieron sus primeros 40 años como personas aparentemente comunes. La Klipá, en el lenguaje cabalístico, es una especie de envoltura impura que impide que la luz divina se manifieste con claridad en el alma.

El caso de Rabí Akiva: santidad que emerge de las sombras

Rabí Akiva tiene una historia aún más impactante. Nació de padres conversos y, según la tradición, incluso mostró desprecio por los sabios de la Torá antes de su transformación. Se cuenta que dijo: “Si viera a un sabio, lo mordería como a un burro”, lo que refleja su resistencia inicial a la sabiduría espiritual. Esta actitud era una manifestación del dominio que las Klipot tenían sobre él en ese momento.

Sin embargo, la Kabalá enseña que no todas las almas de los conversos son iguales. Algunas provienen de un proceso espiritual que ocurre en el Jardín del Edén —el emparejamiento de almas justas que crean nuevas almas puras. Pero el alma de Rabí Akiva era distinta: era un alma extremadamente elevada, proveniente de una raíz sagrada que había caído profundamente debido al pecado original de Adám y al de su hijo Kayín. Es decir, su alma no era inferior, sino que estaba “sepultada” bajo capas densas de oscuridad espiritual debido a eventos cósmicos del pasado.

Por ello, su llegada al mundo no fue directa ni limpia: su alma necesitaba “vestirse” con otra alma secundaria —una especie de cubierta o interfase— para poder entrar al mundo físico a través del cuerpo de un converso. Esta alma secundaria, aunque pura, no era de su esencia verdadera, sino una vestidura temporal. Este hecho explica por qué Rabí Akiva no despertó espiritualmente hasta después de los 40 años: solo entonces su alma auténtica pudo comenzar a brillar y liberarse de las envolturas impuras.

La impureza residual: una herencia difícil de borrar

El Shaar HaGilgulim enseña que incluso después de convertirse al judaísmo, un converso puede estar espiritualmente afectado durante tres generaciones. Esto se debe a la persistencia de las Klipot, que se aferran a la nueva alma como una especie de sombra. En el caso de Rabí Akiva, esta impureza fue particularmente intensa, y por eso fue considerado una persona común durante tanto tiempo, hasta que la luz interior de su alma pudo abrirse paso.

Reencarnaciones y correcciones: rectificando el pasado

La Kabalá también afirma que Rabí Akiva y Rabí Yojanán ben Zakáy no solo vinieron al mundo como individuos, sino como parte de un proceso de rectificación (tikún) más amplio. Ambos tenían raíces espirituales entrelazadas con las almas de Moshé Rabenu, Kayín y Hével. Específicamente, se enseña que representaban los “brazos” derecho e izquierdo de Moshé, es decir, sus fuerzas de acción y dirección. Esta conexión no es meramente simbólica: explica por qué vivieron también 120 años, como Moshé.

Además, se revela que Moshé deseó que la Torá fuera entregada por Rabí Akiva, reconociendo en él una luz espiritual única. Esto se menciona en varios lugares del Talmud y en enseñanzas místicas que resaltan la grandeza del alma de Rabí Akiva.

Chispas atrapadas en la oscuridad: la batalla espiritual invisible

Otra enseñanza profunda del Shaar HaGilgulim es que algunas almas elevadas pueden quedar atrapadas dentro de entidades impuras o incluso malvadas. Por ejemplo, se dice que cuando Moshé mató a Og, el rey de Bashán, en él se encontraba atrapada una chispa del alma de Rabí Shimón ben Netanel. Esta chispa era tan sagrada que Moshé temió matarlo, hasta que recibió la instrucción divina de no temer. Después de la muerte de Og, esa chispa fue liberada y finalmente se incorporó a uno de los alumnos de Rabí Yojanán ben Zakáy.

Tres errores, una misma raíz

Finalmente, existe un patrón espiritual compartido por tres grandes figuras: Yaakov Avinu, el profeta Shmuel y Rabí Akiva. Los tres se equivocaron en su percepción del “Fin de los Días” o la identidad del Mashíaj. Yaakov quiso revelar el final a sus hijos, pero se le ocultó; Shmuel creyó que Eliav era el elegido por Dios; y Rabí Akiva pensó que Bar Kojva era el Mashíaj. Estas equivocaciones, aunque cometidas por personas de gran espiritualidad, requerían una reparación espiritual, por lo que los tres tuvieron que reencarnarse.

Incluso las letras de sus nombres (Yaakov y Akiva) reflejan esta conexión, como si compartieran un mismo ADN espiritual. A través de sus vidas y errores, nos enseñan que incluso los más grandes deben pasar por procesos de refinamiento y corrección.

El alma no se define por su pasado, sino por su destino

La enseñanza que se desprende de este estudio del Shaar HaGilgulim es profundamente esperanzadora. Rabí Akiva, uno de los sabios más admirados de todos los tiempos, comenzó su vida con grandes limitaciones espirituales, bajo la influencia de la oscuridad y la confusión. Sin embargo, logró convertirse en un faro de luz y sabiduría. Lo mismo vale para Rabí Yojanán ben Zakáy.

La Kabalá nos muestra que cada alma tiene un origen misterioso, y que incluso aquellas que parecen estar lejos de la luz pueden, con el tiempo y el esfuerzo, manifestar una santidad indescriptible. Las limitaciones del pasado no definen el potencial del alma, y el alma más elevada puede estar oculta en los lugares más insospechados.

Shaar HaGuilgulim, introducción 36, versos 5-9, según la traducción al español de Ediciones Reé, tomo 2, páginas 153-156.

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