La Kabalá de las frutas

La relación entre el mundo espiritual y el mundo natural es un tema fascinante que revela los misterios ocultos del universo. Según la tradición mística judía, cada elemento de la creación está vinculado con las esferas espirituales superiores, las Sefirot, y las plantas y frutos de la tierra reflejan los atributos divinos.

Desde tiempos antiguos, la Kabalá enseña que nada en el mundo físico existe por sí mismo, sino que todo tiene una raíz en los mundos superiores. En el cielo, existen poderosos intermediarios designados sobre cada planta de la tierra. Cada una de ellas posee su propio misterio, reflejando el orden celestial. Este principio se fundamenta en la idea de que la energía divina desciende a través de múltiples niveles hasta manifestarse en el plano material. Aunque el Bendito sea gobierna sobre toda la existencia, ha establecido un sistema de ángeles y fuerzas espirituales que dirigen y mantienen el equilibrio de la naturaleza. Sin embargo, lo más relevante de este proceso no es solo la existencia de estos ángeles asignados, sino la interconexión de todo con las Sefirot supremas, los atributos divinos que estructuran la realidad.

El Zóhar, uno de los textos cabalísticos más importantes, ofrece una analogía esclarecedora al decir: “¿Por qué está escrito ‘descendí a mi jardín de nogales’? Contesta: Ven y ve. Este es el Jardín que salió del Edén, y es la Shejiná. ‘Nogal’ se refiere a la santa Merkabá, las 4 cabezas de los ríos que se extienden desde el Jardín como una nuez”. Aquí, el nogal y su fruto simbolizan la estructura del mundo espiritual y su conexión con el mundo físico. Así como la nuez tiene una cáscara externa que protege su interior, la realidad física es solo una manifestación externa de una verdad espiritual mucho más profunda.

Este concepto lleva a la enseñanza de Rabí Jaím Vital, quien explicó que existen 30 tipos de árboles frutales, cada uno con raíces espirituales específicas en los mundos superiores. Estos árboles se dividen en tres categorías principales, de acuerdo con los tres mundos de la Creación: Beriá (Creación), Yetzirá (Formación) y Asiá (Acción).

La primera categoría abarca los árboles frutales cuyas raíces espirituales están en el mundo de Beriá. Este mundo es más elevado y cercano a Atzilut (Emanación divina), por lo que sus frutos no tienen cáscaras o partes que deban ser desechadas. Su pureza espiritual se refleja en su forma física: pueden comerse enteros sin necesidad de pelarlos o eliminar partes no comestibles. Entre estos frutos se encuentran las uvas, higos, manzanas, etrogim, limones, peras, membrillos, fresas, serbales y algarrobos.

La segunda categoría comprende los frutos cuyas raíces espirituales están en el mundo de Yetzirá. Este mundo se encuentra entre Beriá y Asiá, lo que significa que sus frutos no son completamente puros, pero tampoco están tan expuestos a la impureza como aquellos del mundo de Asiá. Su manifestación en el mundo físico se refleja en el hecho de que poseen un núcleo o semillas en su interior que no son consumibles. En esta categoría se encuentran aceitunas, dátiles, cerezas, jujubes, caquis, ciruelas, duraznos, almez, frutos de loto y uzezar.

Este conocimiento revela que la relación entre lo espiritual y lo material no es arbitraria, sino que sigue un orden divino meticuloso. Cada fruta y cada planta poseen un significado esotérico que refleja su origen celestial y su función en el mundo. Además, esto permite comprender por qué ciertos frutos tienen una relevancia especial en la tradición judía y en las festividades. Por ejemplo, las uvas y los higos, que pertenecen a la categoría más pura, han sido utilizados en rituales sagrados desde tiempos bíblicos. El etrog, empleado en la festividad de Sucot, es otro ejemplo de cómo los frutos pueden tener una conexión espiritual elevada.

Así, al observar la naturaleza con una mirada más profunda, es posible percibir su dimensión oculta y su conexión con las esferas superiores. Cada vez que se consume un fruto, se participa en un proceso cósmico en el que lo divino se manifiesta en lo material. Esto invita a una mayor conciencia y apreciación de los alimentos que se ingieren, así como a una comprensión más profunda del mundo que nos rodea.

Este conocimiento inspira a ver la naturaleza no solo como un conjunto de elementos físicos, sino como un reflejo de la sabiduría infinita del Creador. Al entender la conexión entre lo terrenal y lo celestial, es posible elevar las acciones y la percepción, acercándose cada vez más a la verdadera esencia de la realidad.

Esta explicación fue tomada de un fragmento del Perí Etz Hadar, un sidur kabalístico creado para la fiesta del año nuevo de los Árboles conocida como “Tu Bishvat” siguiendo la tradición del Arizal por un autor desconocido. Descubre todas las enseñanzas en nuestras publicaciones y en el libro mismo, experimenta este 15 de Shevat de una manera única, con más conciencia del mundo espiritual.

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